martes, 15 de julio de 2008

La Cruz

La lágrima caía lentamente por su mejilla de nuevo, lo miraba fijamente. El crucifijo había estado quieto por un tiempo, pero no siempre era así. Sabía que no le quedaba mucho tiempo, o trataba de escapar sabiendo que su perdición era casi segura, o permanecía en el rincón, inmóvil, esperando a que alguien que no existía la rescatara.

Sea cual fuese la decisión que tomara, no saldría viva de aquel lugar.

Se puso de pie con mucho temor, cada movimiento que hacía tenía graves consecuencias. Se preguntaba porque había entrado a esa casa haciéndole caso a un sueño.

¿Qué son los sueños para que les haga caso? ¿Son órdenes escritas por el destino? No. Son sólo basura, pedazos de desgracias desparramados… Cualquiera que pierda tiempo en soñar gasta horas de vida al vicio, y esas horas a Jessica le vendrían muy bien…

Hacía ya un mes que tenía el mismo sueño, una hermosa mujer, de cabellos blancos y largos hasta los pies que vestía una túnica azul la invitaba a cruzar un puente. Detrás había una casa de madera pequeña y en la sala central un crucifijo de madera, vacío. La mujer se sentaba a los pies de la cruz y le pedía que la toque, cuando la niña se disponía a hacerlo, despertaba sudando.

Ese triste sueño la había llevado a meterse en esa pocilga. No había mujer, pero si un crucifijo de madera que de tanto en tanto giraba alrededor de la gran habitación levantando grandes nubes de tierra, luego Jessica encontraba una nueva marca de sangre en su cuerpo.

Cerraba los ojos, gritaba, lloraba, pataleaba Se desespera tratando de despertarse de un sueño que era una terrible realidad.

Cuando entró miró fijamente al crucifijo y sintió una punzada en su cabeza. Lo siguiente que vio fue un hilo de sangre que le caía por su mejilla hasta el suelo. Esa casa estaba maldita.

Tenía que llegar a la cruz, tocarla. Eso sentía, eso anhelaba, sin embargo no podía. Cada tanto el madero giraba y ella quedaba malherida. Trataba, también en vano, de abrir la puerta, aquella maldita puerta que nunca debió cruzar.

Observó entonces como el madero se elevó y comenzó a girar de nuevo. La nube de polvo la envolvió de nuevo, y de nuevo un tajo la marcó.

No podía ya soportar el dolor. No podía tolerar el agravio. Entonces, sin nada ya que perder se puso de pie.

Camino hasta la cruz, en medio de la tormenta, y al tocarla sintió el alivio que tanto esperaba.


Un policía entró a la cabaña para revisarla. Había recibido varias llamadas que decían que habían escuchado muchos ruidos en la casa.

La puerta estaba abierta. Al acercarse vio una gran mancha de sangre en el suelo, y una cruz en el centro de la habitación. Se acercó para ver mejor. La puerta se cerró detrás de sí, y el madero comenzó a girar.

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