Perdidos en el bosque, nos dejamos seducir por una pasión que ardía hasta límites inimaginables. Cómo dos fieras salvajes nos acurrucamos, uno junto al otro, a la vera del camino, esperando que la soledad nos acompañase.
Nos dejamos envolver por el juego y la lujuria, por los encantos y los bajos placeres. Nos dimos el gusto de ser felices en el pecado más natural de la humanidad.
Una vez que el ritual terminó, guardamos todo y nos fuimos caminando a casa.
Cada semana repetíamos la escena con precisión imperfecta, y nos dejábamos llevar por el viento. Hasta que una noche, ella murió.
Hice lo único que pude. Me uní a ella, en el último fuego de una pasión que se acababa, hasta que el fuego convirtió en cenizas nuestro recuerdo.
Nunca nadie supo de nuestro amor, de nuestro fuego, de nuestra muerte, y mucho menos, de nuestra traición.
Nos dejamos envolver por el juego y la lujuria, por los encantos y los bajos placeres. Nos dimos el gusto de ser felices en el pecado más natural de la humanidad.
Una vez que el ritual terminó, guardamos todo y nos fuimos caminando a casa.
Cada semana repetíamos la escena con precisión imperfecta, y nos dejábamos llevar por el viento. Hasta que una noche, ella murió.
Hice lo único que pude. Me uní a ella, en el último fuego de una pasión que se acababa, hasta que el fuego convirtió en cenizas nuestro recuerdo.
Nunca nadie supo de nuestro amor, de nuestro fuego, de nuestra muerte, y mucho menos, de nuestra traición.